La bolsa de plástico: comprando con tu enemigo

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En Suráfrica las denominan “flores nacionales” pues, por lo visto, son más abundantes en el campo que las que provee la propia naturaleza. En China son denominadas “contaminación blanca” ya que, con su vuelo errático, compiten con las aves en agradar a Fei Lian, dios del viento según la mitología china.

Estas y otras denominaciones jocosas, que en el fondo son un signo de la adaptación del ser humano con un entorno cambiante (a peor) y de utilización del humor para desdramatizar nuestra convivencia cotidiana con la contaminación, esconden una auténtica tragedia.

La pequeña y útil bolsa de plástico que todos llevamos años utilizando casi diariamente, tan servil ella a las necesidades de traslado de nuestras mercancías desde cualquier tienda a nuestro domicilio, camufla un mortífero veneno que provoca graves daños a nuestro planeta.

Reconozco que yo mismo me he sorprendido de la magnitud de los efectos provocados por esta sencilla herramienta. Al documentarme para escribir este artículo, he podido observar un panorama desolador que, en nuestras asépticas sociedades occidentales, se esconde al observador que no levanta la vista para mirar la realidad que existe más allá de sus fronteras cotidianas.

Países como Ruanda en 2007 o Bangladesh en 2002 prohibieron su utilización como consecuencia de los graves efectos que provocaban en la salud de su población. La obstrucción de los canales de desagüe provocada por miles de residuos plásticos, era la causa de graves inundaciones que favorecían la extensión de enfermedades como la malaria, provocando con ello centenares de muertos. En países como Mauritania se observó que más del 80% de las vacas que eran sacrificadas contenían bolsas de plástico en sus estómagos y que otros animales domésticos, vitales para la subsistencia económica de una parte importante de su población, morían como consecuencia de la ingesta de estas bolsas. Hoy es África quien lidera la batalla para restringir su uso, llegando en algunos países a contar con una policía especial para inspeccionar el cumplimiento de sus restrictivas leyes por parte de los comerciantes o a retirarlas de las mochilas o maletas cuando los turistas occidentales traspasamos sus fronteras.

En el mar, el problema de la contaminación por plástico es aún más preocupante. En un reciente informe publicado en junio de este mismo año por el Programa de Naciones Unidas por el medio Ambiente, se evaluaba económicamente el daño producido por los plásticos en los ecosistemas marinos en más de trece mil millones de dólares anuales. Miles de aves y especies marinas como  tortugas, delfines, ballenas, tiburones… mueren como consecuencia de ingerir plástico o por quedar atrapadas en nuestros “inocentes” y desechables  envoltorios  de supermercado. El problema, en relación con las especies marinas, es de tal envergadura que en la  XI Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre la Conservación de Especies Migratorias de Animales Silvestres, celebrada en Quito a comienzos del pasado mes de noviembre, se informó de que 192 especies se ven afectadas por este tipo de contaminación, siendo la ingestión de plásticos y otro tipo de residuos  la causa de la muerte del 26 por ciento de todos los mamíferos marinos, el 38 por ciento de las aves marinas y el 86 por ciento de todas las especies de tortugas.

A todo lo anterior hay que añadir la lenta degradación de algunos de los materiales utilizados para su fabricación (hasta cuatrocientos años) o la liberación de sustancias tóxicas que, al ser ingeridas por los animales, se trasladan a la cadena alimentaria, provocando serios daños en nuestra salud.

El problema es de tal magnitud que está cambiando incluso la conformación geográfica de nuestro planeta. En el océano Pacífico está empezando a emerger un nuevo continente, en constante crecimiento, situado  entre las coordenadas 135° a 155°O y 35° a 42°N, denominado Sopa de Plástico. Su naturaleza contaminante y escaso arraigo (flota a la deriva) hace que el terreno no pueda ser objeto de especulación urbanística a pesar de su enorme dimensión: 1.400.000 km². Además de su propia página en la Wikipedia, cuenta con foto de satélite para que, quien quiera, pueda comparar su tamaño con el continente contiguo y apreciar, en su dimensión, tan procaz hazaña del ser humano.

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Todo esto viene a cuento de que el Parlamento Europeo, hace apenas una semana, ha vuelto a impulsar nuevas medidas para restringir de forma importante el uso de bolsas de plástico en los supermercados, acordando  también su extensión a otros sectores y su sustitución en la compra de productos a granel, como fruta o dulces, por papel reciclado o biodegradable. Bienvenidas sean las medidas si con ello contribuimos a frenar la contaminación y a concienciarnos de que es necesario adquirir pautas de consumo sostenibles para frenar una degradación medioambiental que ya todos percibimos claramente.

El cobro por utilización de bolsas de plástico en comercios y supermercados seguirá siendo la medida estrella para desincentivar su uso y promover el de las bolsas reutilizables. Es cierto que, ante efectos de la magnitud de los que he descrito a lo largo de este artículo, pareciera que cualquier consumidor responsable debiera de modificar sus pautas de consumo de forma proactiva, sin necesidad de que se adopten medidas que afecten económicamente a sus bolsillos. Si mañana nos informaran de que nosotros o nuestros hijos podemos enfermar porque algunos de los alimentos ingeridos contienen sustancias nocivas o de que el agua de nuestros grifos dejará de ser potable y que la forma de evitarlo es cambiar nuestros hábitos de consumo, todos lo haríamos motu proprio. Pues eso: si no lo hacemos por solidaridad con otras especies,  ni por sentido de la responsabilidad, tratando de que los futuros inquilinos encuentren limpio el espacio que habitamos temporalmente, hagámoslo por egoísmo.

José Ignacio García Pacios

Coordinador del Área de Consumidores de Arco Europeo Progresista

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